lunes, 15 de diciembre de 2008

El año 2008 será recordado como tiempo de situaciones extremas para la humanidad y de decisiones cruciales para el buen manejo de nuestros destinos.

El descalabro actual del sistema económico internacional ha impulsado la desaceleración de la producción que engloba a todas las naciones del planeta, las que el 15 de noviembre se han reunido en Washington, ante la iniciativa de la Unión Europea, para establecer líneas estratégicas de reforma del sistema financiero y reforzamiento de los mercados conjuntamente con los EEUU y los asiáticos en el encuentro del G20.

La grave crisis que amenaza con la recesión y la inflación (stagflation) ha sido causada por un desarrollo sistémico que, al desregular la economía dándole total libertad al mundo bancario y retirarle al Estado sus responsabilidades, ha colocado al planeta al filo del abismo.

Si el año 2008 nos puso frente a una grave crisis cíclica del capitalismo, otro hecho histórico vivido por el mundo como propio ha sido el triunfo de Barack Obama en las elecciones de los Estados Unidos de Norteamérica. La figura de Obama, una suerte de Mesías negro, paradójico en un país blanco y fuertemente racista, ha arrastrado a vastas multitudes necesitadas de la apuesta por el cambio y la refundación del sueño americano de gran nación. El candidato triunfador ha capitalizado el desconcierto y desazón frente a la debacle estadounidense condensándose en él la necesidad norteamericana y mundial de un nuevo líder que refresque la escena de nuestros tiempos pródigo en guerras, genocidio, pobreza y exclusión.

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